La hazaña verde de China: cómo recuperó 5 millones de hectáreas al desierto
Imaginemos un lugar tan vasto que su sola existencia impone respeto. Un mar de arena que no conoce fronteras, avanzando lento pero implacable. No es una historia de ficción ni un mito del pasado. Es el relato real del desierto de Gobi, una fuerza natural que durante décadas ha amenazado con tragarse el norte de China. Y es también la historia de cómo una Nación decidió aceptar el desafío y, plantando cientos de millones de árboles, frenar su avance sobre las tierras productivas.
Con más de 1,3 millones de kilómetros cuadrados (la mitad del territorio que ocupa la república Argentina), el desierto de Gobi se extiende imponente entre Mongolia y China. Pero su historia va más allá de su tamaño. Desde hace siglos, ha sido una barrera natural entre pueblos, culturas y civilizaciones. Un territorio inhóspito que, sin embargo, no ha dejado de crecer.
A mediados del siglo XX, el Gobi empezó a comportarse de manera alarmante: comenzó a moverse. Literalmente. Las dunas avanzaban, las tormentas de arena se hacían más intensas y el desierto devoraba tierras agrícolas, ríos, pastizales y hasta aldeas enteras. China se vio ante un enemigo silencioso que no se podía detener con muros de piedra.

En los años 60 y 70, en medio de un impulso por el crecimiento económico, el gobierno chino impulsó ambiciosos proyectos de urbanización y agricultura cerca del Gobi. Pero lo que buscaba progreso trajo consecuencias devastadoras: se talaron bosques, se reemplazó vegetación por concreto y se debilitó la barrera natural que protegía las tierras fértiles. El resultado fue claro: la expansión del desierto se aceleró.
La ‘Muralla Verde’ en el desierto
Frente a este avance implacable, China lanzó uno de los proyectos ecológicos más ambiciosos del mundo: La Muralla Verde. Inspirada por la Gran Muralla China, esta nueva muralla no se construyó con ladrillos, sino con raíces y hojas. Su objetivo era frenar el avance del Gobi mediante la plantación de una vasta línea de árboles que cruzara el norte del país.
El plan comenzó en los años 70 y movilizó a millones de personas. Campesinos, científicos, trabajadores del gobierno y voluntarios se unieron en una causa común: convertir el desierto en bosque. Tamariscos, pinos resistentes al clima extremo y otras especies nativas fueron plantados en terrenos difíciles, enfrentando condiciones climáticas extremas y suelos pobres en nutrientes. Se trato de un “cinturón verde” de unos 3.000 kilómetros que permitió aislar parcialmente al desierto para recuperar poco más de 5 millones de hectáreas para la agricultura y la ganadería. Todo este complejo mecanismos de rescatar tierra improductivas va en línea con la política de seguridad alimentaria impulsada por Pekín hace décadas en busca de un mayor nivel de autoabastecimiento en alimentos, de poblar regiones geopolíticas importantes y del desarrollo de zonas que hoy no generan ningún tipo de valor. La plantación de árboles en el árido noroeste ha contribuido a que la cobertura forestal total de China superara el 25 % a finales del año pasado, frente al 10 % de 1949.
Retos y logros para China
No todo fue éxito desde el inicio. Muchos árboles no sobrevivieron, y se enfrentaron desafíos técnicos, climáticos y logísticos. Sin embargo, con el paso del tiempo, las técnicas mejoraron: se incorporaron sistemas de riego por goteo, cercas para frenar el viento y, más recientemente, tecnologías como drones y monitoreo satelital.
Hoy, más de cinco décadas después del inicio del proyecto, los frutos son tangibles. Se han recuperado más de 50.000 kilómetros cuadrados de tierras antes desérticas, y en muchas regiones, las tormentas de arena han disminuido considerablemente. Territorios antes improductivos hoy sostienen cultivos y comunidades enteras. A pesar de los avances, el Gobi sigue avanzando en algunas zonas. El cambio climático, la sequía prolongada y la presión humana siguen siendo amenazas constantes. El futuro de la Muralla Verde es incierto, pero su legado ya está escrito: es la prueba viva de que, frente a una amenaza natural descomunal, la humanidad puede luchar con raíces firmes.
Más que una línea de árboles, la Muralla Verde es un símbolo de resistencia, innovación y esperanza. Nos recuerda que aunque los desiertos puedan moverse, también nosotros podemos adaptarnos, resistir y luchar por el equilibrio entre desarrollo y naturaleza. Miremos este interesante video que muestra como ha sido todo este enorme trabajo realizado por China.